HACE VEINTE AÑOS
Don Esperanzo Espíndola Espericueta se acostó sin hacer demasiados aspavientos. No porque quisiera salvaguardar el frágil sueño de su esposa, sino más bien porque la base de madera carcomida de la cama pendía de un hilacho. Ansioso, fijó sus ojos hacía el húmedo techo, pero su mirada se encontraba en la melancolía de su pasado. Quería fumar otro cigarrillo, pero solo quedaba uno, y no podía permitirse despertar sin nada a la mano que sacara humo. Esa tarde había preferido comprar un billete de lotería antes que su cajetilla de cigarros. Porque era una u otra cosa, ya que en su desgastado y sempiterno monedero de piel de vaca explotada solo había lo justo para uno de sus vicios. Pero no calculó bien y, por si fuera poco, confundió el día de raya pensando que mañana sería viernes.
—Ya duérmete.
¿Ya duérmete? ¿Cómo quieres que me duerma si otra vez esculcaste mis cosas?, pensaba. Hacía más de veinte años que no revisaba si un cachito era ganador o no. Compraba su billete todos los días sin falta y los coleccionaba en un obeso y viejo álbum de fotos. ¿De qué sirve comprar la lotería si no quieres saber si te la ganaste?, era siempre la pregunta de su mujer. Y aunque esa discusión la habían tenido en infinidad de ocasiones, su postura era inamovible. Nadie podía tocar sus billetes. Su mujer terminó por resignarse, pero de vez en cuando tomaba uno o dos billetes y los revisaba con la esperanza de que les hubiera tocado el gordo. Había cerca de ocho mil, por eso su mujer se atrevía a tomar algunos. Resultaba impresionante que Don Esperanzo siempre descubriera el faltante.
—¿En qué piensas, gordo?
¿En qué pienso, dices? No pienso en nada. Pensaba. Quiero un maldito cigarro y ya no tengo. Tengo uno nada más, pero ese es para mañana temprano. ¿Y mientras qué? Aparte no tengo ni un chingado peso y mañana no pagan, apenas es miércoles. ¿Qué voy a fumar mañana? Y todavía me preguntas en qué pienso cuando sabes tu pecado, maldita. ¿Por qué chingados agarras mis boletos? ¿Ya los revísate? ¿Y ahora qué? Ya sabes que no ganaron. ¿Ahora qué? Antes por lo menos teníamos la posibilidad de ganar, ahora ni siquiera nos queda eso.
—¿Qué harías si supieras que le pegaste al gordo hace veinte años?
¿Qué harías si supieras que le pegaste al gordo hace veinte años? Calla, mujer. Pensó.
Don Esperanzo Espíndola Espericueta cerró los ojos. Lo único que quería era dormir, pero no hacía otra cosa más que intentar despertar.