Alisha
No soy escritor, por eso seré breve. Hace treinta años que me dedico a la literatura. Soy principalmente traductor y crítico. Nunca me detuve a pensar tanto en un manuscrito de ningún concurso que hube calificado. Sin embargo, desde hace unos meses, de mi cabeza no sale un relato que llegó a mi hace muchos años. No estoy seguro de que sea auténtico, pero tampoco lo puedo descartar. Lo presento aquí para que usted, apreciable lector, extraiga sus propias conclusiones.
Cuando era joven
trabajaba en los bungalow. Estaban muy lejos de donde yo vivía, se encontraban
en la periferia de la ciudad. Siempre fue muy difícil conseguir trabajo en la
isla de los mil nombres y si se conseguía era muy mal pagado, pero era
necesario, pues de lo contrario me quedaba sin comer.
Una amiga de mi madre
trabajaba allí y fue gracias a ella que me dieron el trabajo. Mi tarea
consistía en limpiar los cubos de metal de los retretes de madera en donde
defecaban los huéspedes. Realmente era un trabajo asqueroso.
Todas las mañanas muy
temprano antes de que se levantaran los huéspedes, iba a las letrinas y quitaba
los sucios cubos de metal y me los llevaba sobre la cabeza. Los lavaba y los
regresaba una vez que se encontraban limpios.
Llegaban muchas personas
de todas partes del mundo a hospedarse ahí. Lo sabía porque no todas las
personas hablaban cingalés como yo. Personas con rasgos muy distintos a
nosotros, con formas de vestir diferentes y con costumbres singulares.
Mis días más tristes ahí
comenzaron cuando llegó un hombre. Un hombre más grande que yo, tenía como 24 o
25 años, mientras que yo acababa de cumplir 16.
Aquel día lo recuerdo
perfectamente, como si hubiera sido ayer. El hombre era muy raro y me espiaba
mientras yo cumplía con mis deberes. De vez en cuando pronunciaba algunas
palabras dirigidas hacia mí que no entendía, pero tampoco me interesaba
entender.
Una mañana ese hombre me
tomó de la muñeca con una fuerza descomunal, me miró a los ojos con una mirada
lasciva y me jaloneó hasta llegar a su habitación. Yo estaba en shock, no pude
hacer nada, parecía haberme quedado sin voz y sin fuerza. Una vez ahí me
arrancó el sari rojo que llevaba puesto de manera muy violenta hasta que me
dejó desnuda y tendida sobre la cama. Mientras él saciaba sus apetitos
sexuales, yo permanencia inmóvil, me sentí la mujer más desafortunada del
mundo. No pude cerrar los ojos, aún tengo su rostro grabado en mi memoria. No
se repitió la experiencia.
Su vida continuó, igual
que la mía, solo que ahora yo estaba embarazada. Mi vida cambió de repente,
estaba muy confundida. Mi ser era un lugar lleno de odio y resentimiento. Jamás
pude comprender que alguien pudiera salir impune de una violación.
Le conté al propietario
de los bungalow lo que había pasado y no me creyó. Me dijo que eso era
imposible porque las personas que iban ahí eran muy importantes y educadas.
Dicen que eran otros
tiempos, que era normal y que eso me tocó por ser pobre. Me niego a aceptarlo,
me tocó vivir eso porque somos una sociedad con valores menguados, porque vivo
en una sociedad en donde las estatuas milenarias de la India tienen más valor
que una mujer de carne y hueso. Me tocó vivir eso porque vivo en un mundo en
donde las mujeres no tenemos lugar, en donde somos tomadas como cualquier
objeto para deleite de otro.
La vida se va en un abrir
y cerrar de ojos, viví lo más feliz que pude, traté siempre de olvidar aquel
día, pero fue imposible. Hubiera deseado nacer en un mundo más humano, sin
embargo, he aprendido que nosotros somos los que debemos humanizarlo.