El primer café
Estas líneas que escribo lejos están de ser un ejercicio literario como nos propuso aquel hombre crápula de bata blanca y ojos tristes. Es más bien, un sincero acto de amor para no olvidarte jamás. No. A decir verdad, lo hago porque no pretendo comerme otro mes en aislamiento.
No tuve que hacer un
esfuerzo sobrehumano para encontrar en mi memoria aquel glorioso día. ¿Te
acuerdas cómo nos conocimos? He descubierto en estos días que el cielo se
adecúa a nuestro estado de ánimo. Y no estoy loco, incluso aunque ellos piensen
lo contrario.
Aquel día, desperté cerca
de las 10 de la mañana y con una sola misión en la cabeza: dejar ese empleo de
mierda que, aunque no me costó trabajo conseguirlo, si me tomó muchas noches
decidir hacer algo bueno con mi vida. Pero al final, los que estamos
acostumbrados a una vida más fácil y arriesgada, no podemos soportar un sueldo
raquítico por estar parado todo el día, haciéndole caso a un montón de gente
prepotente.
Encontrar un trabajo es
fácil. Bueno, en realidad lo que quiero decir es que, cuando por fin logras
conseguir una entrevista de trabajo, son ellos quien llevan el ritmo de la
conversación. Sin embargo, nadie te enseña a renunciar. ¿Qué podía decirles?
¿Estoy harto de este trabajo, me largo? No podía ni quería, simplemente decir
gracias como las personas normales, sería muy hipócrita de mi parte. Seré un vividor
vulgar si tú quieres, pero no soy un indecente.
En fin, no recuerdo la
conversación que tuve con el dueño del restaurante, pero no fue nada grata
nuestra discusión, de lo que si me acuerdo, fue que cuando salí de aquella
dizque oficina de recursos humanos, que no era más que una bodega que aún no
lograban atiborrar con tiliches, me encontré contigo.
Dios no es ni perverso ni
ruin, sino que es profundamente bromista. Aquella mañana había amanecido gris y
nublada y no fue hasta que mi alma descubrió el infinito en tus ojos, que
percibí los rayos de sol de una espléndida tarde de otoño. No era posible que
mi último día de honesto trabajo coincidiera con tu primer día laboral. Puta
contradicción.
Yo creo que cuando no
importa nada, todo lo demás resulta divertido. ¿Te acuerdas de lo que te
dije la primera vez que hablamos? En aquel momento, mi mente decía: ni se
te ocurra hablarle, no tenemos chance. Mi corazón, por el contrario, me recomendaba
decir: estoy seguro de que, si nos hemos cruzado, no es casualidad, ¿qué te
parece si descubrimos juntos las causas de nuestro encuentro? Pero yo,
finalmente te dije: aquí experimentarás lo que Marx llamó la alienación del
trabajo. No tengo ni idea de lo que dijo Marx, pero sabía que había dicho algo
sobre la explotación. Me gusta aprenderme palabras poco comunes y alienación es
una gran palabra. ¿Quién diría que mis pasatiempos inútiles algún día iban a
dar resultado?
No recuerdo con exactitud
como obtuve tu número de teléfono. A partir de ese momento, mi mente recuerda
únicamente ciertos episodios en donde fui feliz. Es como el día siguiente a una
borrachera espectacular, en dónde tratas de reconstruir la noche anterior solo
con los fragmentos que no son tan desagradables. Me acuerdo que pasé por ti al
trabajo en un coche que estaba cayéndose a pedazos, no tenía ni un peso en la
bolsa y en el tanque solo había un suspiro de gasolina. Pero ya habías aceptado
ir a tomar un café y esas oportunidades no se deben dejar pasar. El ingenio es
la virtud del menesteroso, diría algún filósofo medieval seguramente. Y gracias
a esa frase sacada de la manga, se me ocurrió uno de mis mayores planes. Voy
a llevarte a tomar un café a dónde nunca nadie te ha llevado. Tengo que
reconocer que arriesgué mucho esa noche al llevarte a la terminal de autobuses,
pero también debes de admitir que fue bastante original la idea. Y si además
agregamos al balance, esas galletas de mantequilla que no estaban
presupuestadas en el plan original, podemos decir que nuestra primera cita fue
un encuentro redondo.
Me acuerdo del primer
beso que nos dimos. Jamás voy a olvidar aquella segunda cita. Creo que fuimos
al cine, no lo sé. De lo que si me acuerdo a ciencia cierta, es de tu hermosa
cara pálida con las mejillas coloradas, de tus labios artificialmente
brillantes, de la falda blanca que te quedaba mejor que a la Mona Lisa. Lo que
quiero decir, es que nunca olvidaré la sensación que experimenté aquella noche
de luna llena cuando mis labios se unieron a los tuyos. Siempre creí que eso de
las mariposas en el estómago eran pura charlatanería. Para que te des una idea
de lo que me cambiaste la vida, después de besarte consideré seriamente creer
en Dios, hasta que me di cuenta de que el paraíso era a tu lado, descarté la
idea por completo.
Sin duda, podría pasarme
la tarde recordando los momentos increíbles que viví a tu lado, sin embargo, no
me queda mucho tiempo para entregar este intento de carta de amor. No obstante,
quiero escribir una cosa más. Ojalá hubieras sido real, ojalá hubieras vivido
no solo en mi mente, pues de haberte conocido, tal vez y solo tal vez, hubiera
sido una buena persona. A veces creo que me gusta estar loco, pues de lo
contrario, pude haber sido normal y ser un idiota.