La gitana tropical
―No mames, ¿ahora qué
libro de autoayuda te comiste?
Pablo había amanecido
particularmente motivado aquella mañana. La noche anterior se durmió sin querer
abrir la notificación que recibió minutos antes de prepararse para ir a la
cama. Sabía que aquel correo procedía de Cuba, era evidente por la terminación
del e-mail, “.cu”. Hacía meses que esperaba con ansias ese mensaje. Pero ni
siquiera el posible cumplimiento de su sueño profesional, iba a hacerle perder
un solo instante al lado de la mujer que ama.
Hasta hace un par de
días, Lula era una completa desconocida. Bueno, en realidad no tanto, había
hablado con ella por teléfono en un par de ocasiones. Nada relevante. Ella, por
curiosidad tal vez, decidió viajar cerca de 5000 km solo para conocerlo.
―Ninguno. Acabo de leer
el correo que me llegó ayer del Museo Nacional y ¿qué crees?
―¿Qué? ―preguntó Lula sin
emitir ningún gesto de emoción, más bien indiferente mientras le daba un sorbo
al café caliente que le había preparado Pablo.
―Gané la convocatoria del
concurso para restaurar “La Gitana Tropical” de Víctor Manuel ―lo dijo con una
pasión que no le cabía en el pecho mientras le daba la vuelta al último hot
cake que estaba preparando para el desayuno.
―¿Y qué tiene eso de
emocionante?
―¿Cómo que qué tiene de
emocionante?
El sueño de Pablo siempre
fue convertirse en pintor. Aquella obsesión surgió cuando su padre lo llevo al
museo del Louvre. El pequeño Pablo quedó impactado cuando vio a la Mona Lisa.
No pudo hacer otra cosa más que admirar el retrato de Da Vinci durante las seis
horas que faltaban para que el museo cerrara.
Muy pronto se dio cuenta
de su falta de talento para la pintura, no obstante, jamás claudicó. Tenía
claro que su felicidad estaba relacionada con el arte y no se iba a detener
hasta encontrar una profesión que lo llevara por ese camino. Fue así como
ingresó a la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía perteneciente
al Instituto Nacional de Antropología e Historia. Nunca fue un alumno destacado,
ni mucho menos el más brillante, pero tenía una pasión y una perseverancia que
pocos poseen.
Su currículo estaba lejos
de ser el más impactante. Cuando se graduó solo pudo obtener restauraciones
menores. El mejor trabajo que consiguió fue un proyecto de restauración al que
lo invito su antiguo profesor del ENCRM, justo después del sismo del 2017. El
proyecto se trataba de “devolver la identidad cultural a los pueblos
damnificados por el sismo, restaurando las iglesias y otros bienes históricos”.
Pablo se sentía frustrado con aquella empresa porque decía que un albañil
estaba mucho más capacitado para aquella labor que un simple restaurador. Y
aunque él se sabía de memoria todos los procesos para llevar a cabo aquel
trabajo, solo le interesaban las obras de arte.
Después de esa
experiencia y siendo congruente con sus intereses, decidió comenzar a
participar en concursos que le proporcionaran el derecho de restaurar obras de
arte. Pasaron cinco años y nunca había ganado ninguno. Se había casi
acostumbrado a los mensajes que recibía de “gracias por participar”.
―Que lo vamos a robar.
―¿Te volviste loco,
Pablo?
―Al contrario, mi amor.
Estoy más lucido que nunca.
―¿Y por qué quieres robar
un simple cuadro?
―No es un simple cuadro,
mi amor. Se trata de la obra más reconocida de Víctor Manuel. Fue uno de los
mejores pintores cubanos del siglo XX y su retrato de La Gitana Tropical es un
referente artístico en todo el mundo. Y lo hago por ti.
Lula era una reconocida
diseñadora de moda que acababa de recibir una herencia considerable. Había
trabajado para múltiples estrellas de Hollywood y había recibido innumerables
premios a lo largo de su corta carrera. Pero para ella nunca era suficiente.
La relación, que se
pronosticaba efímera a lado de Pablo, pronto se convirtió en un profundo
misterio para ella, pues a pesar de los aparentes intereses en común,
compartían poco menos que nada en esencia. Sin embargo, Lula encontraba un mar
de respuestas con las preguntas filosóficas que le planteaba Pablo.
La primera noche que
hicieron el amor, mejor dicho, la primera noche que ella le hizo el amor,
habían permanecido varias horas platicando sobre Camus acostados en la cama,
ella recostada sobre su pecho y con la pierna encima de las suyas y él mirando
el techo de la habitación.
Pablo era un apasionado
de la filosofía y aunque sus interpretaciones no eran siempre las más precisas,
resultaba muy interesante y divertido escucharlo debido a la pasión que
imprimía en cada monólogo.
―¿Sabes cuál es el único
problema serio que debería estudiar la filosofía? ―le pregunto Pablo aquella
noche mientras se imaginaba los ojos de Lula mirándolo con ternura y atención.
―No, bebé. ¿Cuál es?
―El suicidio ―dijo Pablo
mientras su corazón latía incontrolable a causa del deseo―. Pero no lo digo yo,
lo dijo Camus en 1942.
―¿Y por qué el suicidio?
―preguntó Lula con genuino interés aunque se esforzaba para no acariciarlo ni
besarlo. Le parecía bastante sexy escucharlo hablar de cosas que a pocas
personas les interesaba. Por lo menos en su mundo.
―Camus dice que la vida
-per se- no tiene sentido, que en realidad, el valor de la vida es la muerte. Y
se pregunta ¿por qué si el auténtico sentido de la vida es la muerte y nosotros
somos materialmente capaces de proporcionárselo, entonces, por qué no se lo
damos? Por una razón muy obvia dice Camus, porque aprendemos a sentir antes de
aprender a pensar. Si lo aprendiéramos a la inversa no existiría la raza humana.
»Camus se sirve del mito
de Sísifo para explicar el absurdo de la vida, el sinsentido intrínseco de la
existencia. Y cuenta que cuando Sísifo le revela el secreto de los dioses a los
seres humanos, los dioses lo condenan por el resto de la eternidad a subir
rodando durante el día una piedra gigante hasta la cima. Una vez ahí y llegada
la noche, la piedra desciende. En la mañana, Sísifo ha de comenzar de nuevo.
»Si lo piensas, mi amor,
todos somos Sísifo. No importa qué logremos, estamos condenados a la rutina
eterna. Porque incluso aunque nuestras vidas nos parezcan lo menos monótonas, la
(des)monotonía también es una rutina. No obstante, Camus nos proporciona una
conclusión alentadora, dice que cuando llegas a la cima y aunque estés
destinado a repetirlo eternamente, existe un instante en que disfrutas el
placer de haberlo conseguido y que solo por eso, vale la pena la condena, es
decir, vale la pena vivir.
»Hay una pintura de
Tiziano en el Prado que se llama Sísifo. Te juro, mi amor, que algún día voy a restaurarla.
―Seguro que sí, bebé.
―Susurró Lula mientras besaba su mejilla buscando sus labios.
Pablo ofreció nula
resistencia a sus besos. Lula era una mujer de complexión delgada, pero ella
siempre decía que tenía que hacer ejercicio y comer sano para bajar la panza.
Su piel morena tenía una textura limpia y suave, sus ojos eran profundos y su
sonrisa encantadora. En algún momento Pablo pensó que sería necio todo aquel
hombre o mujer que intentara resistirse a su belleza. Sin embargo, a pesar de
poseer un encanto inigualable, también era dueña de una ambición insaciable. No
importaba cuantos ceros tuviera su cuenta bancaria, siempre deseaba más. Ella
sabía de antemano, que con Pablo no existía ningún futuro posible, ya que a él
no le interesaba el dinero, prefería la creación y contemplación artística. Y
aunque no le iba tan mal económicamente, no contaba con la misma absurda
obsesión. Ella lo sabía y no pretendía estar con él simplemente por cumplirse
un capricho, sentía una auténtica atracción debido a su particular manera de
entender el mundo. Pablo siempre respondía a sus preguntas contándole algún
cuento, recitándole poesía o platicándole historias relacionadas con el arte y
eso la volvía loca.
A Pablo le bastaron dos
horas para enamorarse perdidamente de ella. Sin embargo, Lula, después de casi
una semana y varias hechuras de amor, aún no lo tenía claro.
―¿Y cómo piensas robarlo?
―dijo Lula mientras, sin esperar a que Pablo hubiera terminado de servir el
desayuno, dio su primer bocado.
―Muy simple ―dijo Pablo
al tiempo que se apresuraba a dejar su plato en la barra de la cocina para que
Lula no desayunara sola―. Lo intercambiaremos.
―¿Y qué cuadro piensas
poner en su lugar?
―El mismo. Exactamente el
mismo.
―¿Y qué sentido tendría
intercambiar el cuadro por otro exactamente igual si nadie lo va a notar nunca?
―preguntó Lula urdiendo el plan de Pablo para saber si le convenía o no.
―Porque irremediablemente
se darán cuenta. Quiero decir, no lo notarán de inmediato, tardarán en hacerlo
justo el tiempo que nos tomará salir de la isla.
―Suponiendo que hasta ese
momento el plan esté saliendo como lo previsto, ¿a quién le va a interesar
comprar un cuadro robado que nadie conoce?
―A nadie, mi amor. Bueno
a casi nadie ―dijo con la tranquilad que lo caracteriza― Es cierto que el
retrato no es tan famoso como la Mona Lisa, pero, mi cielo, que tú no lo
conozcas no quiere decir que nadie sepa de su existencia. La Gitana Tropical es
la Gioconda cubana. Y en segundo lugar, princesa, después del robo a todo el
mundo le va a interesar recuperarlo. ¿Sabías que la Mona Lisa tampoco era un
cuadro famoso? Pasó desapercibido hasta comienzos del siglo XXI, cuando
Vincenzo Peruggia lo robó. Me acuerdo de la declaración que le dio a la policía
cuando lo arrestaron. ¿Quieres oírla?
Lula estaba realmente
fascinada, sus ojos se tornaban más brillantes que de costumbre. Y aunque no
estaba segura de querer participar en el robo, estaba deseosa de escuchar
aquella historia. Quería escucharlo a él.
―A ver, cuéntame ―dijo
inexpresiva.
―Oficial, yo no robé el
cuadro. Lo único que hice fue obedecer la voluntad de la Gioconda. Cuando me
dispuse a dejar el museo para regresar a casa, pasé frente al retrato y la Mona
Lisa me reconoció, nos reconocimos. Me pidió que la regresara a nuestra amada patria.
¿Qué es lo que hacen los compatriotas en el extranjero, sino apoyarnos entre
nosotros mismos? La descolgué y emprendí el camino de vuelta a Italia ―dijo
Pablo imitando el acento italiano―. Nosotros no robaremos a la Gitana, le
haremos una campaña de marketing como a la Mona Lisa.
―¿Y nosotros qué ganamos?
Si al final vas a regresar el cuadro al museo porque eres incapaz de venderlo.
Te conozco.
―Obvio que lo
regresaremos, pero mientras eso sucede venderemos un par de copias del retrato.
Exactamente igual como lo que pasó con la Gioconda. Asimismo, es evidente que
el gobierno cubano ofrecerá una recompensa, también podríamos cobrarla. ¿Sabes
cuánto dinero están ofreciendo actualmente como recompensa diversos museos por
recuperar sus obras robadas?
―No. Y tampoco me
interesa saberlo. Lo que me importa saber es ¿para qué me necesitas en tu plan
si todo lo tienes muy claro?
―Quiero estar contigo
cuando logremos semejante hazaña y hacer el amor con la Gitana de testigo.
Desde que te conocí me juré despertar a tu lado cada mañana. Esto que he
ideado, no es otra cosa más que la prueba de que estoy dispuesto a hacer todo
para balancear nuestros intereses sin cambiar la esencia de nadie. A mi me
interesa el arte, a ti la estabilidad económica, pues entonces que el amor que
sentimos se encargue de que el agua y el aceite se vuelvan compatibles.
―¿Y qué harás si tu plan
no funciona y te arrestan?
―Les daremos la carta,
eso será mi salvoconducto.
―¿Qué carta, Pablo?
―La que estás a punto de
escribir. Toma nota.
―Estimado gobierno
cubano. No, espera, no puede ser estimado. Heroico gobierno cubano. Si, está
mejor, pero ¿cuántas veces heroico? Escribe, mi amor. Innumerables veces
heroico y revolucionario gobierno cubano. Mi nombre es Pablo Ruiz Guevara,
poseo nacionalidad mexicana y soy un restaurador profesional de arte. Eh,
déjame pensar ¿profesional? Si, deja profesional. El motivo de la sustracción
del cuadro que ustedes interpretan como un robo, en realidad es una campaña de
marketing. Mi intención jamás fue hurtar el retrato, por el contrario, lo que
deseo es que La Gitana Tropical deje de ser una obra de arte local y se
convierta en el símbolo del arte americano. Amor, borra lo del arte local.
Víctor Manuel debe pasar a la historia como el Da Vinci caribeño. Estoy
dispuesto a asumir las consecuencias de sus interpretaciones de manera
revolucionaria, no sin antes expresar de manera sincera mi verdadero propósito.
El cuadro se encuentra en la recepción del museo. ¿Qué ponemos como despedida?
Claro, es obvio. Escribe, mi amor. Hasta la victoria, siempre.
»Me están dando ganas de
que mi plan no funcione solo para entregar esta obra de arte.
―Pablo, ya cállate y
hazme tuya ―dijo Lula mientras guardaba la carta en un sobre y la ponía sobre
la mesa.
Lula y Pablo hicieron el
amor toda la tarde. A él le encantaba la manera tan diestra de hacer el amor
que tenía ella, sin dejar a un lado el toque tierno y dulce que le
proporcionaba la experiencia. A ella le fascinaba poseer físicamente a una
mente brillante.
Aquel día transcurrió
entre el amor y los cigarrillos. Pablo no dejó ni un instante de recordarle
todo lo que sentía por ella y lo que estaba dispuesto a hacer por ganarse su
corazón. Durante todo ese tiempo, no se cansó de adorarla. Ella, por otro lado,
se tatuaba las tiernas caricias en su mente. Le encantaba provocar a ese Pablo
inocente e inexperto, pero dispuesto a convertir la luna en queso si ella se lo
pidiese. Se sentía una diosa griega a su lado.
Ambos cayeron rendidos al
atardecer.
Pablo despertó muy
temprano por la mañana, ilusionado, lleno de vida. Se extraño al no ver a Lula
acostada a su lado, por un momento imagino, o mejor dicho, deseo encontrarla
preparando el desayuno, pero muy pronto descubrió que aquel silencio que
invadía su departamento era idéntico al silencio de soltero que había
experimentado por años y que se había roto apenas hace siete días, cuando su
vida, por fin, había cobrado sentido.
Temeroso y desconcertado,
se dispuso a averiguar a dónde podría haber ido Lula. Aún tenía la esperanza de
que hubiera salido a comprar leche o alguna cosa que hiciera falta para el
desayuno. Pero pronto se desesperó de su ingenuidad. Una mujer como ella jamás
haría las compras.
Lo único que pudo notar
como señal de su partida, fue el sobre que él mismo había remitido al director
del Museo Nacional, pues estaba modificado con la leyenda: “Para ti, mi amor”.
Abrió la carta y comenzó
a leer en voz alta lo que en realidad ella había escrito la tarde anterior
cuando él le dictaba su salvoconducto.
―Pablo, no merezco un
amor tan puro. Aunque te ame, jamás seré capaz de decirlo porque estoy
comprometida. No sé cómo llegué hasta este punto ni por qué te metí en esto,
pero es mejor correr. Contigo aprendí que la felicidad, tal vez solo sea ese
momento que llega a perturbar la tranquilidad para convertirla en una eterna
incertidumbre placentera. Con eso me quedo. Hasta la victoria, siempre, mi
amor.