La sociedad de la nieve

Contadas son las veces que recibo una llamada telefónica de Andrea. A ella no le gusta hablar, ni en vivo ni por teléfono. Argumenta que existen los mensajes de WhatsApp y que solo habría que utilizarlos en caso de emergencia. Por eso me sorprendió ver su nombre en la pantalla mientras vibraba mi celular.

—¿Qué pasó? ¿Todo bien? —pregunté francamente alarmado. Imaginé que podían estar ocurriendo un montón de cosas. Se incendió la cocina. Se resbaló por las escaleras de metal llenas de nieve. ¿Qué sé yo? Pero jamás pasó por mi mente que el motivo de su llamada fuera para recomendarme una película. O mejor dicho, para saber si quería ver una peli con ella sin que me durmiera a la mitad.

—Te hablaba para decirte que llevo 15 minutos de una peli que encontré en Netflix. Creo que te puede gustar. La historia es interesante y el ritmo, hasta el momento, es bueno. ¿Quieres que te espere y la vemos juntos? ¿O la sigo viendo sola?

Cuántas ganas me dieron de cuestionarla sobre la idea que tenía del concepto interesante. Moría por decirle que no tenía ningún problema en que la terminara de ver. Seguramente me iba a perder de una extraordinaria comedia romántica. Pero solo atiné a decirle que si, que estaba bien, al rato la vemos juntos, mi amor.

—Pero en serio no te vayas a dormir, porque para eso mejor la veo sola —dijo sin esperar respuesta de mi parte. Colgó sin miramientos.

En mi defensa, quiero decir que no me duermo mientras veo una serie por simple gusto. Trabajo como burro en un trabajo de mierda. ¿Cómo no quiere que me quede dormido? Aparte, mis gustos son específicos y mi tiempo es limitado. Por eso, prefiero leer un mal libro que ver una buena película. No obstante, la vida en pareja demanda tiempo y a veces “de calidad”. Es una lástima que mis obsesiones sean solitarias y por desgracia, no se pueda tener todo en la vida.

Me habría encantado llegar a casa y terminar “Lealtad al Fantasma”, el último libro publicado de Enrique Serna y que llevo un par de días leyendo. Sin embargo, me vi en, lo que después diría, la afortunada obligación de ver “La Sociedad de la Nieve”, una película dirigida por Juan Antonio Bayona.

(Todo lo que tengo que escribir para pedir perdón entre líneas por quedarme dormido.)

Recuerdo que en la conversación que tuve con Andrea, ella me decía que seguro había escuchado de la historia. Es de un grupo de jugadores uruguayos de rugby que se estrellan en los Andes mientras volaban hacia Chile en un avión de la fuerza aérea de Uruguay. Fue en los setentas y lucharon durante más de dos meses en condiciones extremas para sobrevivir. Incluso se comieron entre ellos. Estoy segura de que has escuchado hablar de eso.

Hice un rápido inventario de mis recuerdos y no encontré nada. Por fortuna, a veces el destino no es tal cruel y se entrelazan un montón de factores para pasar una tarde inolvidable: una mujer que decide dejar de lado sus prejuicios y toma el celular para hacer una llamada, una novia molesta con su pareja porque nunca han visto una película completa sin que él se quede dormido y vuelve a confiar en él poniéndole pausa para ver la película en la noche, un hombre que no tuvo ni tiempo ni corazón para negarse a una recomendación dudosa, un novio que pospuso su lectura y abrazo a su ser amado sin dormirse viendo una gran obra de arte en la pantalla de la sala de su departamento.

—Qué gran película —dije en la escena de los helicópteros que los rescataron mientras mis ojos se inundaban de lagrimas que intenté reprimir. ¿La recomiendo? No. Hagan lo que quieran. Yo solo estoy relatando lo que a mi me pasó y el contexto en que la vi. Porque cometí el pueril error, al otro día de verla, de recomendársela a mis amigos en el trabajo con un entusiasmo fervoroso. ¿Y qué obtuve de vuelta? —No es para tanto —dijeron al unísono después de verla y quedarse dormidos. ¿Qué digo yo? Será el largometraje ganador del Oscar a mejor película extranjera. Solo el tiempo me dará la razón.

¿Por qué me parece interesante? Sería simplista calificar de extraordinario el quinto largometraje dirigido por Bayona por, por ejemplo: 1) La increíble decisión del narrador. El director tuvo el brillantísimo acierto de escoger a Numa Turcati (Enzo Vogrincic) como el coprotagonista principal, quién además de ser un pasajero del vuelo 571, nos cuenta la historia de lo que pasó desde su perspectiva, lo que hace que el espectador se sienta parte del desarrollo de la trama, y eso crea un efecto de realidad, casi una experiencia vívida. 2) El espectacular diseño de fotografía. Sin duda, el nivel de realismo que logra Pedro Luque es admirable. Como el mismo lo dijo alguna vez: “La película Alive (¡Viven!) envejeció mal y muy pronto”. Es obvio que la locación que utilizaron para rodar la mayor parte del largometraje fue una ventaja. Sierra Nevada ayudó, sin embargo, el ojo de Luque transmitió lo que tuvo que haber transmitido: la espectacularidad del terror y la belleza de la inmensidad. 3) La afortunada elección del idioma y del reparto. ¿Era muy complicado deducir que, una tragedia ocurrida en la Cordillera de los Andes que sufrieron personas del Cono Sur, tenía que ser puesta en la pantalla grande por actores que, por lo menos, hablaran español? La directora María Laura Berch hizo un trabajo excepcional eligiendo a los actores que interpretaron tanto a los pasajeros de la tragedia como a sus familiares. Es notable como el trabajo dedicado rinde sus frutos. Actores, en su mayoría, poco conocidos, como Matías Recalt (Roberto Canessa), Agustín Pardella (Nando Parrado), Felipe González Otaño (Carlitos Páez), Luciano Chatton (Pedro Algorta), Agustín Della Corte (Antonio “Tintín” Vizintin”) entre otros, lo dieron todo para hacer sentir al espectador parte del proyecto. Revivir las emociones que provoca una catástrofe de esta magnitud sin caer en sensacionalismos escuetos, es una tarea que podemos tachar como cumplida. 4) El oportuno y aparente respeto que se les guardó a los familiares de las víctimas. Es de todos bien sabido que, desde el rescate y hasta este momento, la prensa no ha dejado de preguntar, con evidente mala fe, por los compañeros fallecidos de los sobrevivientes con el único y malintencionado fin de obtener un titular amarillista sobre la antropofagia que se experimentó aquellos días. Ni en la guerra ni en el amor todo se vale, solamente en un estado de excepción es posible comprender e incluso legitimar una acción de tal calibre. No se alimentaron; comieron para sobrevivir. Y este tema queda finiquitado con una maestría impecable. Será necio todo aquel que vuelva a preguntar con malicia al respecto. La honorable voz que Bayona le da a los muertos es digna de absoluta admiración y respeto.

En fin, tanto yo, como cualquier otro inexperto en cine, podríamos seguir enumerando los motivos para argumentar porqué La Sociedad de la Nieve es una auténtica obra de arte: el vestuario, el reparto, el maquillaje, los efectos especiales, el montaje, la fotografía y bla bla. La pregunta es: ¿de verdad hacía falta otra producción artística para contarnos una historia por todos sabida? Al parecer, no fueron suficientes más de una docena de libros, casi una decena de documentales, un par de podcast y varias películas. A mi juicio, el verdadero valor agregado de La Sociedad de la Nieve, es la maestría y la dignidad con la que Juan Antonio García Bayona le pone punto final a una historia bastante manida. Resulta que si los sobrevivientes del 72 querían que alguien contara lo que ocurrió de manera decorosa, Bayona lo logró. No hay nada que producir después de este inmejorable largometraje. Si los sobrevivientes de los Andes querían ser inmortalizados con una producción audiovisual honorable, Bayona lo logró. Pero ya basta. Dejemos, de una vez y para siempre, de romantizar historias de superación personal de supuestos héroes que hacen hasta lo imposible por sobrevivir porque por eso, seguramente ya se ha de estar pensando en la próxima película de esta tragedia. Pensemos que los verdaderos héroes son todas las personas sin nombre a las que no les componen corridos ni les filman películas y salen a trabajar todos los días para llevar un plato de sopa caliente a su mesa.

¿Qué sé yo? Es parcialmente cierto lo que le dijo Del Toro alguna vez a Bayona: “la gente ya no tiene paciencia”. Y si no me dormí viendo esta película fue porque o estaba haciendo el amor con la música de Michael Giacchino de fondo o porque no debe ser tan malo el largometraje. Ya lo veremos.

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