LOS DOS GARCÍA

 


El pasado 16 de octubre de 2024, en una corte del Distrito Este de Nueva York, Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública durante el gobierno de Felipe Calderón, fue condenado a 460 meses de prisión y una multa de 2 millones de dólares, marcando un hito en la historia reciente de México. Acusado de colusión con el Cártel de Sinaloa, García Luna utilizó su posición de máximo responsable de la seguridad del país para facilitar el tráfico de más de un millón de kilogramos de cocaína hacia Estados Unidos, recibiendo millones de dólares en sobornos a cambio. El juez Brian M. Cogan, al dictar sentencia, subrayó la traición del exfuncionario, afirmando que poseía una doble vida y que su actitud era la misma que la del Joaquín “El Chapo” Guzmán.

En la conferencia del 17 de octubre, la presidenta Claudia Sheinbaum, como era de suponer, aprovechó cada minuto para recordarnos que lo que ocurrió “no es menor” y “a lo que nos debe llevar es a un análisis profundo de lo que fue ese periodo”, es decir, el sexenio que encabezó Felipe Calderón, y que no hay que olvidar “la degradación a la cual se llegó” después de su mandato. Y obviamente que “a partir de 2018 el país cambió por voluntad del pueblo y en el 2024 el pueblo nos dio su respaldo, y pueden tener la certeza de que jamás va a haber una colusión o un acto de corrupción. Y que, si llega a haberlo, para eso está la Secretaría Anticorrupción, porque nosotros tenemos un mandato popular, que es erradicar la corrupción y construir la paz de una manera muy distinta, atendiendo las causas y disminuyendo la impunidad”. Y bla, bla bla…

¿Cuál es, en realidad, la diferencia sustancial entre Claudia y Felipe? Veamos.

La presidenta Sheinbaum respondió mientras proyectaba los tweets del expresidente Calderón, citando sus palabras: "Enfrentar al crimen organizado fue una de las decisiones más difíciles de mi vida". Claudia añadió: "...y puse ahí a Genaro García Luna, y durante seis años no me di cuenta de que estaba coludido, al menos, con el cártel de Sinaloa; es que hay que decirlo con todas sus letras". Calderón escribió: "Pero lo volvería a hacer". En este punto, Sheinbaum enfatizó que al pueblo de México no se le puede olvidar lo que ocurrió en ese sexenio.

Calderón también afirmó: "Mi política de seguridad tuvo aciertos y errores". A lo que Sheinbaum replicó: "Bueno, un pequeño error: puso al frente de esa política a un narcotraficante". Calderón trató de justificar su desconocimiento al escribir: "Nunca tuve evidencia verificable que lo involucrara con actividades ilícitas, no he tenido acceso a las evidencias ni a los testimonios que se presentaron en el juicio". En respuesta, Sheinbaum cuestionó con firmeza: "Perdón, ¿cuánto tiempo lleva el juicio? Ahora que hay sentencia, entonces sí hay una declaración", subrayando la incongruencia en el discurso del expresidente.

Sheinbaum cerró su intervención diciendo: "Lo que no puede haber es hipocresía, porque ahora ya se deslindan unos cuantos del asunto…".

¿Es Sheinbaum la antítesis de Calderón o son dos caras de la misma moneda? Desde su llegada a la presidencia, Claudia Sheinbaum ha adoptado el mismo discurso que Andrés Manuel López Obrador respecto al evidente fracaso de la política de seguridad pública de Calderón, condenando explícitamente los nexos de García Luna con el Cártel de Sinaloa. Pero, ¿por qué no ha sido igual de crítica, por ejemplo, con el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya?

Hace bien la presidenta en señalar, de manera contundente, la incompetencia de Calderón al poner al frente de la Secretaría de Seguridad Pública a un narcotraficante como García Luna. Y yo me pregunto, ¿a quién habrá designado, Claudia Sheinbaum, como titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana? Pues ni más ni menos que a García Harfuch, nieto de Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, recordado por su papel en la masacre de Tlatelolco en 1968. Hijo de Javier García Paniagua, quien dirigió la temida Dirección Federal de Seguridad, una de las instituciones más cuestionadas por su involucramiento en desapariciones forzadas y tortura durante la llamada guerra sucia. Sin embargo, Omar García Harfuch no es simplemente heredero de ese legado; también ha sido protagonista de su propio historial controvertido. Fue coordinador de la Policía Federal en Guerrero cuando ocurrieron los trágicos hechos de Ayotzinapa, donde 43 estudiantes desaparecieron. También es bien sabido que ha sido amigo cercano de Luis Cárdenas Palomino, quien hoy se encuentra en prisión acusado de tortura. Además, la periodista Anabel Hernández, quien fue una de las primeras en denunciar los vínculos de García Luna con el narcotráfico, ha señalado que Omar García Harfuch tampoco es ajeno a la corrupción del narco. En su libro “La historia secreta”, Hernández revela que un familiar cercano del propio Harfuch confirmó que éste habría sido corrompido por el Cártel de Sinaloa, específicamente por la facción de "Los Chapitos", hijos de Joaquín "El Chapo" Guzmán. Según el testimonio recogido por la periodista, Harfuch recibió sobornos de esta organización criminal.

¿Acaso Sheinbaum, como Calderón, está colocando en el centro de su estrategia de seguridad a un personaje cuyos vínculos con el narco podrían acabar desmoronando todo su discurso de integridad y combate a la corrupción?

Uno de los grandes problemas de la política de seguridad en México es su entendimiento maniqueo del crimen organizado. Se nos quiere hacer creer que existe una dicotomía entre "los buenos" y "los malos", pero la realidad es más compleja. El crimen organizado no es una entidad separada del Estado; es un fenómeno incrustado en sus mismas estructuras. Los "buenos", aquellos que deberían proteger a la ciudadanía, están infiltrados o cooptados por los mismos intereses que dicen combatir. Es ingenuo creer que el problema es sólo de un par de funcionarios corruptos. El problema es sistémico, y al parecer, ser presidente de México significa estar autorizado para negociar con el crimen organizado, de una u otra manera.

Sheinbaum, como Calderón, enfrenta una maquinaria corrupta que corroe las instituciones de seguridad. ¿La diferencia? Calderón ya fue desenmascarado. Sheinbaum aún está a tiempo. ¿Tomará decisiones congruentes o seguirá atada a las mismas redes de poder que dice condenar? ¿Será capaz de romper con ese ciclo de complicidad o terminará siendo otra ficha más en el tablero del narco-Estado? Ambos optaron por los mismos cuadros, ambos optaron por confiar en un “superpolicía”. ¿Claudia Sheinbaum atenderá a las advertencias o, por el contrario esperará, como Calderón, a que el tiempo y la historia le exijan cuentas?

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