SEÑORA POPULARIDAD
Recientemente, Demotecnia publicó una encuesta que posiciona a Claudia Sheinbaum con un 90% de popularidad y aprobación. Pero, ¿qué mide realmente la popularidad? Sería ingenuo decir que refleja aceptación basada en resultados tangibles. Nada más lejos de la verdad. Esta encuesta, más que un indicativo de éxito, nos presenta el resultado de un sistema educativo que ha fracasado estrepitosamente. Lo que presenciamos es el reflejo de una sociedad acrítica y complaciente. Ahí donde la educación ha fallado, los pueblos "buenos y sabios" votan con la mano extendida, condicionados por la dependencia y no por el razonamiento crítico.
No nos engañemos. El verdadero apoyo que recibe Claudia Sheinbaum no es por su carisma, que en todo caso es más bien inexistente. Su popularidad se sostiene sobre las mismas estructuras que dejó López Obrador: los programas sociales que han convertido las elecciones en un descarado ejercicio de clientelismo. Así que no, la popularidad de Sheinbaum no es fruto de su capacidad política, ni mucho menos de algún magnetismo personal. Es el resultado de una transferencia masiva de legitimidad. No es su figura la que encabeza esta aprobación, sino la permanencia de esos "apoyos bienestar" que garantizan la lealtad de un electorado precarizado y dependiente. Mientras esos programas persistan, mientras la retórica siga siendo intransigente y el gobierno mantenga el control de los recursos, la presidencia seguirá siendo popular, sin importar si quien la ocupa es Sheinbaum, Ebrard o inclusive Noroña. ¿Qué más da? El respaldo es estructural, no personalista, y desde luego no estará basado en resultados tangibles.
La verdadera cuestión es: ¿hasta cuándo será sostenible este modelo de popularidad? Lo que hoy parece imbatible, mañana podría colapsar bajo su propio peso. Cuando la burbuja fiscal que sostiene los apoyos bienestar estalle, cuando la realidad económica ya no pueda sostener la ficción de un gobierno popular, entonces si veremos lo que realmente se esconde detrás de ese 90% de aprobación. No será una sorpresa descubrir que la dependencia disfrazada de apoyo ha sido el pilar del respaldo político.
Mientras el país siga hipotecando su futuro en la comodidad
efímera de los programas sociales, confundiremos el asistencialismo con
estabilidad y el clientelismo con gobernabilidad. Pero, ¿qué sucederá cuando
los recursos se agoten y la ilusión de un Estado benefactor se derrumbe? ¿A
dónde irá el apoyo popular? ¿Nos daremos cuenta de que aquello que llamábamos
popularidad no era más que el reflejo de un sistema educativo fallido y una
dependencia crónicamente alimentada? ¿Será que, en lugar de apoyo genuino, sólo
estábamos cultivando la sumisión disfrazada de lealtad? ¿O seguiremos ciegos
ante la ruina esperando a que un nuevo mesías político nos venda, otra vez, las
mismas promesas vacías?