BOTARGUERO DE ROBOT

 

“Lo inquietante no es que el mundo se tecnifique totalmente. Lo verdaderamente inquietante es que el hombre no está preparado para esta transformación”, Martin Heidegger.

Complejo Sensorial de Reclusión de Hefestia. Año 2127.

Nicómedes, hermano. No pienses que no he querido afrontar la responsabilidad que me acongoja, pero tú sabes que en esta maldita cárcel que inventaron en los años veinte del siglo pasado, sólo te permiten dieciocho minutos de desconexión cada año, minutos que ahora aprovecho para agradecerte la bondadosa oportunidad laboral que me brindaste y al mismo tiempo, para pedirte perdón, a fuerza de cruel tortura, por todo lo sucedido. Diría que no fue mi culpa, pero he tenido bastante tiempo a solas con mis pensamientos, que he terminado por aceptar mi pendejismo. 

No sé por dónde empezar, pero trataré de hacer un esfuerzo. Primero. ¿A quién se le ocurrió la brillante idiotez de contratar a alguien como bortarguero de robot? ¿Por qué no mejor dejar que personas disfrazadas de meseros atiendan la cafetería, en vez de disfrazarlas con chatarra mecánica que alguna vez funcionó? ¿Sabes lo incómodo y humillante que es meterse en ese cascarón metálico y pretender que cobra vida? Por un momento creí que te habías sacado de la manga ese puesto sólo para ayudarme a probar, ante el Estado Artificial Inteligente, que aún soy capaz de reintegrarme en la sociedad. Pero, cuando quise encender un cigarrillo, descubrí que el otro robot también estaba tripulado por dentro y mi dignidad recobró un poco de dignidad.

—Ni se te ocurra encender el cigarro ahí, nos van a correr —murmuró una voz humana que salía de una diminuta ranura improvisada en el pecho del robot que hacía las veces de respiradero.

Ahora resulta que tampoco se puede fumar en el propio espacio de trabajo, válgame Dios, ¿qué mundo hemos creado? Después supe que no se trataba tanto de evitar un accidente, o al menos no era esa la razón principal. La verdadera insinuación era no perturbar a los clientes con el menor rastro de humanidad en el ambiente. ¿Cómo se vería que, en un establecimiento encaramado en el prestigio de generaciones, los robots dejaron de funcionar hace años porque el algoritmo que los regía se corrompió hasta confundir órdenes elementales con protocolos de autodestrucción, y que ahora seamos nosotros quienes los operamos desde dentro para no enfrentar nuestra realidad o simplemente nuestra inminente bancarrota?

Nicómedes, hermano. No te dejes engañar. Es posible que sí haya sido yo quién incendió el café, pero no por las razones que ellos argumentan. ¿Cómo voy a querer destruir lo que el abuelo construyó con tanto esfuerzo? Yo no prendí ese cigarro, no fue eso. Déjame explicarte lo que pasó. Pero, por favor, sácame otra vez de aquí. No soporto más esta tortura. Un minuto más a solas con mis pensamientos y me vuelvo loco. Por favor, hermano, te lo suplico. Nicómedes, te juro que el fuego no empezó por el cigarro, yo creo que algo falló dentro de ese vejestorio. Recuerdo cómo el sudor me corría por los ojos mientras un miserable cliente exigía que le devolviera el dinero de un café aguado. Yo ya no podía moverme; los servomotores del robot se habían trabado por el calor, y fue entonces, no antes, cuando encendí el cigarro, con la esperanza de que entiendas el estrés que se experimenta en la desesperación. Cada intento de hablar se convertía en un graznido metálico que nadie quiso reconocer como humano. Fue entonces cuando la alarma se confundió con un protocolo de autodestrucción y las viejas resistencias del traje chisporrotearon sobre el mostrador. Todo lo demás ardió con una rapidez indecente. Y lo único que grité al otro robot fue…

[Fin de la transcripción autorizada]. Reconexión completada. Próxima desconexión: doce meses. Registro epistolar interrumpido.


Entradas populares de este blog

MIENTRAS MUERES

LLORAR SIN LÁGRIMAS

HACE VEINTE AÑOS